“Y Dios me dijo: Escribe la visión y grábala claramente, […] aunque la visión es aún para un tiempo señalado, al final hablará y no mentirá; aunque se tarde, espérala, porque sin duda vendrá; no tardará”- Habacuc 2:3
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Recientemente encontré un viejo diario que escribí por allá de 2014. En las primeras páginas tenía un dibujo con mis metas ilustradas y en el centro, coloqué el dibujo de unos anillos de matrimonio. Repetí el ejercicio durante varios años manteniendo siempre la misma meta: casarme por la iglesia.
Pasarían nueve años para materializar ese hermoso objetivo.
Me di cuenta que muchas de las cosas que me planteé ese 2014 no se hicieron realidad de inmediato sino varios años después. Han pasado doce años desde que escribí ese diario. En el lapso de ese tiempo he logrado cosas inimaginables y metas que no se me hubieran cruzado por la mente en aquella época. En retrospectiva he descubierto que al final, todas y cada una de ellas, al menos las más trascendentes, las terminé concretando.
Posiblemente una de los aprendizajes más importantes del Rey que retorna, es que el tiempo es muchas veces irrelevante en el plan de Dios. Lo que para nosotros puede ser un largo periodo de angustia y espera, no es sino un tiempo de preparación en su Gran Plan. Tal como dicta un interesante verso:
“Cuando Dios da, bendice. Cuando Dios niega, protege. Cuando Dios no responde, prepara”.
El orden de los tiempos.
Pablo en su predicación manifestaba que Dios: “Ha prefijado el orden de los tiempos y los límites de las habitaciones, para que le buscasen y palpando, le hallasen; aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros”.
A menudo reflexiono: ¿Qué es el orden de los tiempos? ¿Cuál es el orden de mi propio tiempo?. No siempre tengo una respuesta para esto, pero si entiendo una analogía al respecto:
Los árboles y la naturaleza ciclan en estaciones. Hay un tiempo para florecer, un tiempo para germinar, un tiempo para dar sombra y otro para renovar follaje. Hay primaveras y hay inviernos. Todo eso es parte del plan.
Al igual que la tierra no florece todo el año, tampoco el alma humana lo hace. Nuestros ciclos tienen sentido, incluso si no los comprendemos de inmediato, por lo que aprender a entender los tiempos y el orden de ellos nos ayuda a vivir con mayor orientación y menor incertidumbre. A veces, la causa de nuestra frustración radica en querer cosechar en tiempo de invierno, sembrar en otoño o descansar en primavera. Y no me refiero a árboles.
Sería fácil nuestra vida si fluyera en ciclos de cuatro estaciones; pero en la naturaleza humana, las estaciones son mucho más complejas. Muchas de ellas fáciles de entender pero algunas absolutamente incomprensibles. Sin embargo, para Dios, están todas bien delimitadas.
Con el paso de los años, he aprendido parcialmente a interpretar las señales que me indican la estacionalidad en la me encuentro y a ser paciente durante el proceso. No todos los años son marcados para perder el Reino, ni todos para recuperarlo.
Dios está en silencio.
Soy un firme creyente de que en muchos periodos de nuestra vida, Dios solo observa. Lo se porque yo mismo lo veo con mi hija. Mientras aprendía a caminar le observaba intentarlo, equivocarse e intentarlo nuevamente. No decía nada para no cortar su autoconfianza y su autodescubrimiento, pues necesitaba experimentarlo por ella sola. Solo la miraba, cuidando que no hubiera algún peligro real. El tiempo no era importante, podía pasar un largo rato cuidándola. A veces fingía no estar ahí para no inhibirla. De hecho, así se puso en pie sola por primera vez, cuando sentía que nadie le observaba.
Dios es igual con nosotros.
Fija los límites, ordena los tiempos y luego nos deja el resto a nosotros. Es parte de la experiencia. En algún punto de mi vida entendí que Dios no siempre respondería todas mis preguntas ni calmaría todas mis preocupaciones. De hecho muchas veces no haría nada. Simplemente observaría. Y eso también era bueno.
En ese proceso, la paciencia del Rey suele ser puesta a prueba. En especial en los periodos donde Dios permanece aparentemente callado.
Puedo imaginar a José, el vendido en Egipto. Dos años preso injustamente, vendido como esclavo por sus propios hermanos. Trece años bajo el yugo de la servidumbre y el encarcelamiento antes de que su tiempo de gobernar llegara. Puedo imaginar las noches interminables de incertidumbre y las dudas espirituales en su corazón. Puedo imaginar los reclamos ocasionales como víctima de otros. Puedo imaginar los silencios por días o semanas en los que nadie le dió respuesta. No bajó un ángel, Dios no se manifestó y ciertamente no respondió de forma contundente. Pero cuando lo hizo, todo cobró sentido.
En eso radica el poder de esperar. El poder de confiar. El poder de avanzar aún cuando no hay camino claro por delante.
En 1832, otro José recibió un recordatorio del cielo: “Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros.”
Con el paso de los años he aprendido a confiar en esa promesa. Aún cuando el camino parezca tardado y silencioso, en especial en las noches en que parece que el reino está muy lejos y que será imposible recuperarlo.
Sin duda vendrá.
En Octubre de 2022, nueves años desde la fecha en que puse la meta en mi diario, me uní en matrimonio con la mujer de mis sueños. Nos conocimos en persona en enero de ese año y nos unimos ante Dios en un hermoso altar en Asunción. Fue el día más feliz de mi vida.
¿Nueve años? De haberlo sabido, pude haber esperado cien.
Para el Rey que retorna, el tiempo es una ilusión. Milagros y resultados que se esperan pueden ocurrir en un abrir y cerrar de ojos, después de años de preparación.
El Rey que retorna sabe que los tiempos siempre se terminan cumpliendo. Y también entiende que pocas cosas son para siempre. Ninguna época es eternamente buena pero tampoco eternamente mala. En su camino de regreso al reino, oscilará entre estaciones de abundancia y miel y otras donde sobrevivirá con maná en medio del desierto. Ocasiones de apoyo y amistad oscilando con otras de soledad.
Sin embargo, hay una única cosa que nunca cambiará: el amor de Dios. En tanto lo sepamos reconocer en todo momento y en toda etapa, aún en medio de los inviernos o los otoños de nuestra vida, nos irá bien.
Ha pasado un año desde la última vez que postee. Estuve un año entero apático para publicar algo; sumido en mis propios desafíos empresariales y la incertidumbre de qué pasos debía seguir. No ha sido la estación más disfrutable de mi vida, pero si una de las que mayor aprendizaje me han traído.
En todo este tiempo, no obstante, he sentido el inmenso amor de Dios a mi lado. El de mi esposa, de mis amigos y mis leales caballeros de la mesa redonda. Tengo todo lo que quiero y lo que aún no tengo, lo terminaré consiguiendo. Lo sé porque todo lo que le he pedido a Dios, Dios me lo ha concedido. Nunca rápido, nunca gratis y nunca cerca, pero siempre a mi alcance.
Y esa certeza - de que Dios cumple todas sus promesas - es la más hermosa convicción en mi vida.
Nos vemos en el siguiente post…
Con seguridad, en menos de un año. ;)
Hermoso mensaje Samuel! Se te extraña en la comunidad PAD, y esperamos tu retorno allá también!
Siempre es un gozo poder leerte Samuel, gracias por compartir, espero el siguiente post.
Saludos